Después de un estreno brillante, aquel Camino Ácido (Sony Music, 2014), y de algunos EPs no menos refulgentes, Ángel Stanich (Santander, 1987) regresa a la larga duración con Antigua y Barbuda (Sony Music, 2017) sin perder un ápice de originalidad. Las herramientas son similares a las que viene desarrollando desde entonces. Con la producción de El Meister (Javier Vielba, frontman de Arizona Baby y Corizonas) y de nuevo grabado a la vieja manera, tocando a la vez todos juntos, Stanich consolida su argumento creativo en diez canciones que, al receptor, no le pueden dejar indiferente, ya sea por su voz aniñada, casi infantil, similar a la de Abert Pla (verosimilitud), o por sus letras pegadas a la cotidianidad (Vas a tener que llamar / al Ministerio del tiempo) y que surgen desde la introspección y la experiencia, casi onanística.
El disco comienza con una declaración de intenciones, Escupe fuego nos recuerda a Burning, las similitudes con su Mujer fatal son palpables, para luego introducirse en una serie de ajustes de cuentas (Si no haces entrevistas / que digan lo que quieran) en los que el sarcasmo (Es propio del artista, / igual que en ti copiar y pegar), la ironía gruesa y la autoparodia construyen un discurso repleto de ternura.
A partir del segundo corte, Más se perdió en Cuba, nos queda claro qué si en aquel Camino Ácido predominaban las cuerdas fronterizas, en este Antigua y Barbuda son los teclados los que cobran importancia sin restar polvo y carretera a la ecuación. La cara A es potentísima, tanto en sonido como en planteamiento, una lucha personal contra lo establecido. Pero es que además cada corte funciona como un hit indie de escenario principal a las once de la noche. Desde la extrovertida Mátame Camión, a la jugosa, tanto en lo personal como ideológicamente, Camaradas (¡Y en aquel nido clandestino / hicimos el amor! / ¡Un amor obrero y crítico!).
La cara B, con sonidos más electrónicos en un primer corte lánguido pero bailable, es la que nutre de contenido todo su argumento. Prefiero ser Bob Dylan / que Manuel Campo Vidal dice en Hula Hula. Casa de Dios es una balada melódicamente plomiza que fortalece a su personaje fracasado. Cierra el disco Cosecha, donde un protagonista desencadenado nos sumerge en la derrota total.
Sin dejar de ser elegante, Stanich consigue la verosimilitud en su trabajo gracias a unos recursos particulares: él es el músico perdedor e iconoclasta que destruye los mitos mientras los demás le demonizan, y eso solo se puede contar como él lo cuenta (letras, rock) y de la manera en que él lo canta (voz). En este universo íntimo y único, la intensidad se consigue a través de lo sencillo.
Antigua y Barbuda no solo confirma a un artista, sino que significa su evolución. Mientras, por ejemplo, Nacho Vegas se dedica a la canción protesta sin la profundidad poética que tuvo entre la década de los primeros dos mil (El Manifiesto Desastre, Limbostarr 2008), Ángel Stanich crece en su ética y en su estética para afianzarse como uno de los letristas más interesantes de la contemporaneidad.