De niño me decían que: Donde hay patrón no manda marinero. Pero yo imaginaba a aquellos marineros y pensaba que tantos marineros juntos podían tirar por la borda al patrón.
No es el caso. Raúl Querido no funciona en Trabajo como alentador del motín, o sí, sino como retratista, crooner de una realidad social evidente.
Y predica con el ejemplo. Precio libre, relación de confianza mutua, invitación al consumo responsable, difusión desinteresada. Parecen expresiones antiguas, conceptos que llevan a uno a la obra de arte, concreta, honesta, de verdad; y al artista y no al fabricante de productos.
Raúl Querido recupera en parte algo de aquel proyecto tan molón llamado Calma en los mercados que devino en El Pardo. Trabajo es un disco socialmente desgarrado, trágico, despojado de humor, de ironías o de metáforas. Y convierte a Raúl Querido en un crooner de la crudeza, con cierta oscuridad ensoñadora, pero mecánico, sudoroso, deshumanizado y repetitivo. Igual que una peli rusa que discurre blanco y negro en una fábrica de hombres famélicos al golpe de martillo del Réquiem de Mozart: con su introducción, su sequentia, su offertorium, su communio y lux aeterna.
Trabajo incide en una reflexión fundamental: la miseria no eres tú y tus condiciones, sino la repetición de esas condiciones en los demás y su aceptación, es decir, nos descubre la empatía en aquello que hay que negar: si no lo hago yo, ya vendrá otro más miserable que haga esto mismo por mí.
Salve: Cualquier trabajo es un buen trabajo, dice el autor.
Raúl Querido, el humanista underground, hizo un disco difícil de escuchar. Pero es que nadie dijo que la posmodernidad fuese sencilla.