Trabajo

De niño me decían que: Donde hay patrón no manda marinero. Pero yo imaginaba a aquellos marineros y pensaba que tantos marineros juntos podían tirar por la borda al patrón.

No es el caso. Raúl Querido no funciona en Trabajo como alentador del motín, o sí, sino como retratista, crooner de una realidad social evidente.

Y predica con el ejemplo. Precio libre, relación de confianza mutua, invitación al consumo responsable, difusión desinteresada. Parecen expresiones antiguas, conceptos que llevan a uno a la obra de arte, concreta, honesta, de verdad; y al artista y no al fabricante de productos.

Raúl Querido recupera en parte algo de aquel proyecto tan molón llamado Calma en los mercados que devino en El Pardo. Trabajo es un disco socialmente desgarrado, trágico, despojado de humor, de ironías o de metáforas. Y convierte a Raúl Querido en un crooner de la crudeza, con cierta oscuridad ensoñadora, pero mecánico, sudoroso, deshumanizado y repetitivo. Igual que una peli rusa que discurre blanco y negro en una fábrica de hombres famélicos al golpe de martillo del Réquiem de Mozart: con su introducción, su sequentia, su offertorium, su communio y lux aeterna.

Trabajo incide en una reflexión fundamental: la miseria no eres tú y tus condiciones, sino la repetición de esas condiciones en los demás y su aceptación, es decir, nos descubre la empatía en aquello que hay que negar: si no lo hago yo, ya vendrá otro más miserable que haga esto mismo por mí.

Salve: Cualquier trabajo es un buen trabajo, dice el autor.

Raúl Querido, el humanista underground, hizo un disco difícil de escuchar. Pero es que nadie dijo que la posmodernidad fuese sencilla.

Sangre Cita

Hay quien aún piensa que a los críos de quince palos se los debe obligar a leer El Quijote. Por aquello de fomentar la lectura. Aunque todos sabemos que, a los quince palos, El Quijote es un puto coñazo y que los resúmenes para el trabajo de clase los sacamos de la Wikipedia. Con esto no quiero decir que, por ejemplo, una narrativa más acorde a la adolescencia, como pudiera ser la de la Generación Beat, sea de menor calidad. Muy al contrario. Tiene más categoría. Porque esa verosimilitud de la obra contagia el sentimiento del receptor.

Y es que no todo es tener el ceño fruncido y la escopeta encañonada, lista para disparar una ráfaga de realidad. La verdad se puede contar de muchas maneras. Y entre esas maneras están las maneras de Dënver en Sangre Cita. Verdad techno pop, dance y elegante. Hay poco de frivolidad en el hedonismo púber que destila Sangre Cita. Hay quizá más de incertidumbre nihilista.

Es elegante como Bola Disco o Yo para ti no soy nadie. Es hitazo como Mai Love. O temón como Los Vampiros.

 

Dënver le dan voz propia al baile y, pese a ello, entre juegos de palabras, resultan alegres, bailables y horteras. Un camino muy bien construido entre el techno pop de los ochenta y el dance de los noventa.

Un disco honesto y delicioso en su melodías ensoñadoras y reconocibles. Adolescente, joven y desprejuiciado como lo es el primer amor. Y que a mí me ha hecho volver por momentos a mis quince años donde el To France o el In My Heart, horteras ellos, eran temarracos junto a cierto remember disco.

Si yo tuviese un hijo de quince años le regalaría Sangre Cita. Y a buen seguro ese hijo mío lo recordaría a los cuarenta como una referencia en su camino musical.

 

El divino estado de la descomposición

Ya sabemos que Tirana no va a ir al Primavera Sound. Este año. Es posible que el año que viene tampoco. Y así hasta nunca. Porque Olivia Mateu consigue en El divino estado de la descomposición un disco bello y delicado, pero de difícil digestión para los estómagos finos.

Y es que, en la sociedad bienpensante del espectáculo y del escándalo, la inteligencia y la habilidad para jugar con las palabras en un acto de amor divertido y simbolista no parecen las herramientas más útiles para abrir la tapa de los sesos de una generación que solo se mira a sí misma en un permanente selfie.

Tirana retrata en El divino estado de la descomposición las heces hediondas de quienes somos incapaces de relacionarnos con el otro a través de la verdad y de lo sencillo. Hace una performance de los vicios de una generación materialista que esconde, detrás del éxito efímero, una gran pesadez y frustración.

Y lo hace con pequeñas melodías que al final se piran hacia lo épico. Llenando de metáforas y símbolos las letras, de ironía y humor, para obtener una voz propia cándida y pop en la que hay mucho carácter y también muy mala hostia. Una voz propia pop, pero que atufa a crudeza garage.

Mejor persona es un temazo.

A mí con Avanzar me rechinan los dientes de satisfacción.

Peores momentos huele a himno.

Tirana hace de la sencillez un prodigio fatalista, mínimo y esencial para entender la realidad sensible que nos rodea.

Como un Prin’ La Lá distópico.