Llego a casa pedo. Abro la nevera y saco una yonkilata. Pego un par de sorbos y enciendo la tele en el salón. Y me tiró en el sofá. Hay algo dentro del marco de esa pantalla luminosa que me llama la atención y me incorporo y me siento y le pego otro trago a la yonkilata para prestar más atención mientras enciendo el primer Ducados.
Hay cuatro tías malvestidas, despreocupadas y sin darse importancia. Sus dedos puntean guitarras. Un bajo. Una que aporrea una batería. Y suenan de puta madre. A blues. A twistt. A un buick Super Series de los cincuenta. A rock de los setenta. A los noventa. Y entonces suena Davey Crockett. Y para entonces ya me he enamorado.
Dentro de esa pantalla tocan Hinds y el repertorio que interpretan me devuelve a la adolescencia.
Me gustan. Casi tanto como la última yonkilata de la madrugada. Como el yurelax y la arcoxia que me echaré antes de irme a la cama. Recordando Bamboo sin poder dormir por la excitación.
Probadlo.