Tienen frente a sus ojos la última escena de Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981). El final de la historia de amor entre Ángela y Pablo. Probablemente uno de los más bellos y perfectos del cine español.
Y deprisa deprisa fue como vivieron estos chavales, víctimas del bienestar y del abandono de una parte de la sociedad, la que prospera.
Deprisa, deprisa cuenta a través de la historia de amor de Ángela (Berta Socuéllamos Zarco) y Pablo (José Antonio Valdemar) la pobreza de convertir en guetos los barrios obreros del extrarradio, sumideros por donde se colaron y se cuelan aún hoy, echando casi el cierre al año 2015, las ilusiones de aquellos que los habitan.
Saura, como antes hiciesen José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia, utiliza para los papeles protagonistas a los propios retratados. Hecho que dio una mayor naturalidad y verdad a los personajes, así como profundidad a la psicología de los mismos, y los dotó, por tanto, de la capacidad de cruzar la pantalla, momento en que el espectador, un público realmente alejado de aquellas vivencias, se identifica con ellos.
Es este aspecto, el de la profundidad de los personajes, el que hace de Deprisa, deprisa una de las películas más interesantes del cine quinqui. Berta Socuéllamos realiza una interpretación magistral. Y el resto del elenco se mantiene con una intensidad medida, sin sentimentalismos ni cursilerías, y llevan a los personajes a su naturaleza con fluidez y desparpajo.
El mal llamado cine quinqui (por qué no llamarlo cine de la verdad), se encargó de reflejar y describir una realidad social como hasta entonces nunca se había hecho. La agobiante, cruel y agresiva historia de los menos favorecidos por la sociedad de consumo. Entonces se trataba de emigrantes de provincias que encontraban empleos precarios y esclavizadores, mientras sus hijos, frente a esa realidad opresiva que no les permitía ver más que un futuro de miseria, se rebelaban en un busca de algo mejor, abandonados por todos, incluso por sus propias familias que dedicaban la totalidad de sus vidas a trabajos de segunda y mal pagados. Así, jugando a ser mayores, intentando crecer y desarrollarse de la manera más rápida posible, tratando de evadirse de esa verdad descarnada, iban dando cada uno de ellos con sus huesos en la delincuencia, en las drogas, en la cárcel y en una muerte indigna.
Quizá sería una buena idea revisitar estas películas antes de esta próspera recuperación que nos sobreviene para no dejar tirado a nadie en las cunetas de los guetos.