Sobre mazas y poligoneras
Tenía el día libre y estaba por casa esperando la hora del examen de Textos Literarios del Siglo de Oro. Y es que algunos aún tenemos el dudoso gusto de seguir estudiando a los casi 32 palos. Mientras, dejaba correr el tiempo recordando la infancia en casa de mi abuela. En Chueca, residencia de obreros, donde los niños no podíamos salir solos a la calle. El barrio estaba atestado de mangantes, yonkis y prostitutas. De los retales de unos pasados 80’. Así que lo menos que podía suceder cualquier noche, después de una riña a la puerta del bar, era que alguien quemase un coche. Al lado de la casa de mi abuela, cruzando Hortaleza y después Fuencarral, estaba el hoy emblemático y bendecido por la modernidad Mercado de Fuencarral. Antiguamente, un vulgar mercadillo de ropa de segunda mano donde los desgraciados se vestían.
Entonces fui consciente. Es muy difícil parar a alguien que tiene algo que contar de verdad. Porque se puede utilizar la música para decir te quiero. Para describir la ingravidez. O, a través de ella, se pueden decir cosas de forma sencilla, con un lenguaje cercano, y a la vez convertir a la palabra en un medio de comunicación transgresivo.
Y así me topé con la mierda de Raúl Peligro. Y con el magisterio de lo cotidiano y lo underground que contiene Lo mejorcito del período preclásico de Raúl Peligro 2005-2012, en la onda del primigenio Joe Crepúsculo, pero sin su ostentosa aparatosidad y rimbombancia.
Y es que la mierda de Raúl Peligro es una crítica social tan irónicamente gorda contra el puro negocio neocon y el despótico maniqueísmo del individuo en el que nos hemos sumergido la contemporaneidad, que ni los propios mentados se darán cuenta de ella.
Con su facilidad para el ripio, hablamos de rap y techno, y su melancolía, Raúl Peligro sabe contar el desperdicio, en sus palabras y expresiones, las del propio desperdicio, haciéndonos creer que la siguiente frase que va a salir de su labios es innecesaria, pero que rima. Pero que no. Porque ahí dentro hay algo más que una asonancia gratuita: ‘tengo 30 pares de zapatillas, las que más me pongo están debajo de mi silla’ de Treinta pares, o ese genial ‘empiezo fuerte para que me odiéis, me aburrió mucho Ciudadano Kane’ de El taxista artista.
Raúl Peligro, maestro del collage y de la palabra, deja lo mejor para el final. Las tres últimas canciones son la máxima expresión de este ecléctico conglomerado. Y comienza con La turista japonesa, descripción en tercera persona del absurdo. El taxista artista, crítica del servilismo y el adocenamiento obsceno. Y termina con Convencer, melódicamente inspirada y directa.
Un único pero. No poder leer esas magníficas letras en su bandcamp.