Primavera Club 2011 (2)

Y a partir del viernes comenzaba todo lo gordo. High Places, Superchunk, Fleet Foxes, Girls o Stephen Malkmus, conformaban a priori una proposición más que atractiva.

Así que nos encaminamos hacia La Riviera. Allí, Fleet Foxes, el grupo de moda, elevado a los altares por la crítica y la blogosfera, agotaban las entradas y se convertían en el plato más fuerte a digerir por los acólitos festivaleros. Pero pocas pulseras en los brazos se veían entre los parroquianos. Y es que el recital de languidez de los de Seattle, también se podía presenciar sin necesidad de tragarse las largas jornadas del Primavera.
Blutowski y yo, con ese nerviosismo en el ánimo que se inserta en el estómago como una marea y que intuye un gran acontecimiento, nos plantamos en la puerta del recinto e inmediatamente un escalofrío recorrió nuestras espaldas. No sabíamos muy bien si mostrar nuestras pulseras o despojarnos de los abrigos para que los porteros diesen fe de que nuestras camisas eran 100% leñador. Incluso después de traspasar la barrera de gorilas, aun percibíamos el miedo. Quizá algún gafapasta barbudo o una arrastrada cool podría abrir nuestros abrigos y dar a conocer que éramos unos infiltrados indecorosos. Debajo de las parcas, sólo lucíamos unas miserables sudaderas.

La primera cita era con Vetiver. Un aperitivo decente antes del estallido folk. Pero lo cierto es que a penas se prestó atención a los de San Francisco, que presentaban su disco The Errant Charm ante un aforo más interesado en lo que pudiese suceder a continuación que en las bellas y alegres melodías de los americanos.

Y por fin, puntualísimos y encabezados por Robin Pecknold, Fleet Foxes.
Para relatar lo que presencié me he pertrechado bien con Fleet Foxes y Helplessness Blues, lo dos discos de este grupo de folk psicodélico. Los he buscado entre el resto de discos que tengo por casa, los he vuelto a escuchar un par de veces y he concluido lo siguiente: hermosas armonías, melodías celestiales, la especial y vibrante voz de Robin conjugada con el resto de voces creando un juego de texturas cristalino, letras amargas y atormentadas… Sin duda, estas referencias eran las que me habían metido a los pájaros en el estómago y por las que permanecí ansioso durante los larguísimos minutos que transcurrieron desde que llegué a La Riviera hasta que dio comienzo The plains/Bitter dance.
Entonces casi pude ver cómo dos ángeles se erigían por encima de la cabeza de Robin y cubrían la sala de polvo de estrellas.
Pero…
Probablemente fui el único dentro del hormigón al que aquello no le transmitió. Mykonos, English house, Battery kinzie… Mientras yo echaba de menos la falta de carisma, la conexión, el feeling, a pesar de tener al público comiendo de su mano desde el inicio de la velada. Sí, Fleet Foxes son un buen grupo. No han inventado ni reinventado nada, pero destilan cierto magnetismo. Pese a ello, aun no he podido hacerles un hueco en mi paraíso particular. Y llegamos al momento más conmovedor, White winter hymnal, seguida de Ragged wood. Momento en que el que suscribe se vino arriba, se puso on fire y pudo emocionarse. Tras este breve destello, otra vez la batería de languidez y amargura, en melodías que parecían no acabar nunca. (¿Una pose?) Y así mi necesidad de marcharme, de tirar la toalla decepcionado.

Y de La Riviera, haciendo una parada para cenar algo y llenar el estómago una vez que los pájaros ya habían desaparecido y no habíamos podido llenar el alma, al Círculo de Bellas Artes.

Al entrar en la sala de columnas, después de echar el bofe al subir los siete pisos que nos separaban de la calle, una estética discotequera, luces de ensueño y penumbra nos saludaron. Minutos después, tras haber consumido un par de copas, un tipo sin cabeza (sólo tenía pelo) llamado Gary War, se subió al escenario con una guitarra y un sinfín de bases, ritmos y melodías electrónicas pregrabadas. No, no se le entendía y, no, la guitarra no sonaba. Sin embargo, la gente saltaba y jaleaba el deterioro sónico. Y es que, si hay alguien peor que un gafapasta enteradillo, ese es el gafapasta encocado, igual de tonto que el más tonto de los tontos del barrio más extremo de tu ciudad e igual de molesto que todos esos encocados de fin de semana en la discoteca de rigor o que aquellos de los que nos reímos en los videos del youtube mientras se graban a la salida de la macroparty.
Visto lo visto, Blutowski y yo tocamos retirada pensando que, si esto es la crema de la intelectualidad, quizá iba siendo hora de emigrar a otros espacios donde la pose, las gafas sin graduar y la intelecto-tontería no sean el pan de cada evento.

Pero aun nos quedaba el sábado y, un oasis, el rock con mayúsculas. Si Verónica Falls nos supuso la sorpresa, Girls fue la confirmación. Un grupo que no debe resultarnos indiferente, que transita desde el rock más clásico a la psicodelia más lisérgica, de los Beach Boys a Led Zeppelin, pasando por sonidos Motown. Los de Christopher Owens son un buen motivo para creer que la música no termina en las camisas de cuadros, los labios y las uñas de rojo chillón o las estéticas estridentes. Porque de nuevo volvemos a la sencillez. Es posible que digas: ‘esto ya lo escuché’, cuando escuches a Girls, y que trates de adivinar la canción en la que se han inspirado, pero es que Girls no esconde sus referencias, las enseña, las muestra, las conjuga y cocina una serie de temas tan clásicos, tan refrescantes y tan seductores.
Los de San Francisco abrieron en la sala San Miguel del Palacio de Vistalegre con la sensual y tortuosa My ma’. Y desde ese instante me metieron en su bolsillo. Guitarras portentosas, un líder carismático. Y Heartbreacker, Laura (bellísima) o Honey Bunny, fresco y arrebatador. E incendiarios también se pusieron, aunque sin perder la corrección, ante el pasmo del público y mis consiguientes botes y rebotes, cuando sonó el enérgico y musculoso Die. Pero a la vez melancólicos en Love like a river, Vomit o Hellhole ratrace. Para terminar despidiéndose del público tirándoles flores.
Girls es un grupo con un ramillete de temas poderosos, una banda perfectamente acorde que lo tiene todo para triunfar más allá de los pequeños escenarios.

Tienen dos discos: Album y el editado este año Father, Son, Holy Ghost; además de un Ep: Broken Dreams Club. Apúntenlo en sus libretas, seguro que dentro de unos años no querrán perdérselos, quizá en un espacio mayor en el que agotarán las entradas.
Blutowski y yo no tuvimos más remedio que hacer doblete y volver a verlos el domingo en la Joy Eslava, donde, de nuevo, disfrutamos como niños del repertorio de los californianos.

Primavera Club 2011 (1)

Si uno es suscriptor de una revista como Rockdelux y tiene la mala suerte de no asistir a un evento como el Primavera Club, se sentirá muy mal consigo mismo mientras lee en las páginas del magazine los adornados relatos que provocó la cita musical, como si se hubiera perdido el acontecimiento del año. Quizá eso fue posible en ediciones anteriores, pero esto trata del Primavera Club 2011 en Madrid y si debo buscar un adjetivo que lo califique sólo encuentro uno, descafeinado.

La semana comenzó con problemas para spainerds. A las vicisitudes naturales de compaginar varias actividades, se unieron unas indicaciones no muy concretas sobre el discurrir del festival y un cartel generoso, pero disperso. Aunque el Primavera es lo que tiene, la itinerancia, el vagabundeo para atravesar la ciudad en busca del recinto donde toca tu grupo favorito.

Apresurados, Blutowski y un servidor nos disponíamos a entrar con el tiempo justo en la Joy Eslava. R. Stevie Moore se dejaba caer por Madrid, y ese era un motivo suficiente para arramblar con todo lo que surgiese a nuestro paso para disfrutar del último concierto de la noche. Entonces, impertérritos nos llevamos nuestro primer ‘zas en toda la boca’. Las pulseras de rigor no se dispensaban en los garitos participantes, sino en un punto concreto de la ciudad habilitado para tal fin. Así que, bajo la atenta y cruel mirada de los gorilas de turno, decidimos hacer la gestión con sólo 15 minutos de margen con el espectáculo. Y para sorpresa de los sonrientes gorilas, acometimos la aventura con el espacio suficiente para dejar nuestros abrigos en el guardarropía, pedir las primeras copas y, por supuesto, participar de la performance de R. Stevie Moore desde el segundo uno.

R. Stevie Moore, Nashville (USA), un outsider sesentón y desconocido en España, abría la velada explotando las condiciones de la sencillez. Una batería, una guitarra y Moore al bajo eran más que suficientes para un rock de reminiscencias setenteras, con variaciones funky o power-pop, dependiendo del momento. Pero ese sólo era el Chapter #1. Tras Shackin’ in the sixties, Another day slips away o Conflict of interest, Moore se dejó a la interacción con el público. El Chapter #2 consistía en una surealista performance en la que el de Tennesse, esta vez a los mandos de la guitarra y sólo en el escenario, no se privó de beber vino, escupirse en la barba, revolcarse por el suelo, cagarse en Jack White o Pink y calentar a la concurrencia con pequeños e inconexos estallidos de guitarra. Chapter #3, de nuevo la formación habitual, y de nuevo el rock. Shape of change o I like to stay home, para cerrar, esta vez sí, con un portentoso Garbage State que deja al The view from the afternoon de los Arctic Monkeys a la altura del betún.

Vislumbrábamos entonces un Jueves 24 en el que comenzarían las grandes apuestas que desde spainerds habíamos contemplado. Un buen programa, con Still Corners, Handsome Furs y Uusi Fantasia, hacía que nos relamiésemos creyendo que, como se dice del Primavera, todo pudiera pasar. Sabes que es especial y que formas parte de ello.

Still Corners Había ganas de ver a los de Londres y comprobar la cálida voz de Tessa Murray. Como hemos dicho antes, debido a la marea de actividades, Blutowski y yo llegamos algo tarde, pero enseguida nos sumergimos en su estética naif y su sonido melancólico que, sin duda, emocionaron a los pocos que estábamos allí.

Pero el concierto duró a penas media hora, así que la programación del día se nos fue a la mierda. Por tanto, decidimos quedarnos en la Joy Eslava. Y aquí llegó una de las grandes sorpresas.

Veronica Falls Imagino que algún gafapasta enteradillo no me perdonará lo que voy a decir, pero el grupo indie londinense de Roxanne Clifford, con un solo disco de estudio en el mercado, editado en 2011, era otro auténtico desconocido para los enviados especiales de spainerds. Sobre el escenario de la Joy, ataviados con una vestimenta alternativa y original, dos guitarras, un bajo y la batería. Y entonces sucedió aquello que se presupone del Primavera, el segundo ‘zas en toda la boca’. Rock indie, potente, soberbios en los coros y armonías, de melodías hipnóticas y estribillos coreables con los que marcarse unos bailes y dejarse llevar por el ritmo sesentero, imbricado en movimientos como los de sus compatriotas Los Campesinos! o The Last Shadow Puppets. Sonaron bien, compenetrados y valientes. Sin duda, hasta ese momento, lo mejor del festival. Apuntad esta referencia en vuestras agendas porque darán de qué hablar en el futuro.

Y sin solución de continuidad, rápidamente nos encaminamos hacia el autobús de la línea 147 hasta San Bernardo (o Glorieta de Ruiz Jiménez) para asistir a uno de los platos fuertes.

Handsome Furs Los canadienses se presentaban por primera vez en Madrid en una sala reducida, la Siroco, y con un público entregado. Esto merecería un capítulo aparte, pero no diré más que lo siguiente: el pasado Jueves, en la sala Siroco de Madrid, pudo haber sucedido The Station 2. Buscadlo y podréis comprobar las condiciones en las que tuvimos que presenciar a uno de los ‘grandes’ del Primavera. Sin duda, bochornoso. Agradecidos por el recibimiento, Dan y Alex dieron todo desde el principio. Comenzaron con el energético primer corte de su nuevo disco Sound Kapital, When I get back, y nos pusieron a todos on fire, tratando de dejarnos llevar y bailar lo mejor que podíamos en ese reducidísimo espacio. Repaso de su nuevo disco, electro-post-punk de bases pregrabadas e inercia hacia el cielo, temazo tras temazo, hasta subir a la cumbre con What about us.
Lo que se preveía como un desfase electro, quedó reducido a las cenizas por una mala elección del recinto adecuado. Queríamos sudar!!!

Antes del siguiente ‘zas en toda la boca’, Blutowski y yo tuvimos la ocasión de departir unos minutos con la pareja Montreal. Alexei, de orígenes cubanos (su padre es de allí), y Dan, salieron de la sala para fumar unos cigarrillos y nos encontramos, debajo de un portal junto a la Siroco. Resultan sin duda unos tipos educados, curiosos y muy agradecidos con sus fans. Por desgracia, de toda la cola que esperaba para no-entrar en la sala, sólo Blutowski y yo los reconocimos.

Y así vino nuestro tercer ‘zas en toda la boca’. No preguntéis por qué, pero no tenemos crónica de Uusi Fantasia. Suponemos que la banda electrónica finlandesa expondrían todas sus armas para encandilar al público, pero los gorilas de turno, acertadamente esta vez (recordemos el reducido espacio de la Siroco), no nos dejaron entrar, pese a que íbamos bien pertrechados con nuestras pulseras festivaleras.

El Desencanto

Una foto de familia en blanco y negro. La madre y sus tres hijos.

La cámara se fija en la conversación. Plano, contraplano. La descripción veraz de los personajes, de los presentes y de los ausentes, sin guión, sin la necesidad de emplear algún artificio.

Desencanto es la acción de quitar a algo el encantamiento al que está sometido. Si alguna vez hubiese participado en una de esas estúpidas elecciones de palabras que se organizan para promocionar el español, desencanto habría sido mi vocablo favorito.

Como una puerta que se bate en la oscuridad y no vuelve a abrirse nunca.

En 1976 se estrenó en España una de las últimas películas recortadas por el filtro de la censura franquista. El Desencanto, de Jaime Chávarri, es un documental de hora y media en el que, a través de la conversaciones de cuatro miembros del clan Panero, se desentrañan las miserias de esa familia y, a su vez, las de una sociedad, la española, que conformaba un país sórdido y aburrido.

Leopoldo Panero nació en Astorga, León (España), el 19 de Octubre de 1909. Estudiante de Derecho en las universidades de Valladolid y Madrid, publicó sus primeros versos en la Nueva Revista, publicación que él mismo fundó. Durante la Guerra Civil española, entró en la Falange y, al concluir esta, fue nombrado agregado cultural de la Embajada española y director del Instituto Español en Londres. En 1937 murió su hermano Juan en un accidente de automóvil, hecho que le atormentaría el resto de su existencia.

Felicidad Blanc, una niña bien de Madrid, como ella misma se calificaba, consideraba la vida una constante estación de primavera y del amor.    Una consideración de la vida que más tarde se troncaría. Conoció a Leopoldo por un grupo de amigos y el primer día no le gustó. En una segunda ocasión, Leopoldo le dijo: ‘Te veo como una persona vieja’, y Felicidad quedó impresionada. Semanas después, el poeta le dedicó unos versos que envió a su casa. ‘Es verdad tu hermosura, es verdad’, decían. En 1941, Felicidad Blanc se casa con Leopoldo Panero. No tuvo amigas desde ese momento.

Tres hijos: Juan Luis, un tipo desquiciado y peculiar hundido en la voraz lucha por matar al padre; Michi, el más sensato de todos; y Leopoldo María, compañero de juegos de Michi, un ser molesto, distinto, raro.

Dos constantes flotan en el ambiente de esta familia ennoblecida. La primera, la Guerra Civil y la consiguiente condición de poeta fascista de Leopoldo. La segunda, en palabras de Michi Panero, el carácter salvaje de un padre crápula, alcohólico y putero, que sojuzga la figura de la madre, Felicidad, mujer que encarna la pesadumbre de la pérdida del ideal, del amor no conseguido, y por tanto, aniquila el desarrollo afectivo e intelectual de los hijos.
Los hijos unen, dice Felicidad, pero también desunen.

La incomunicación.

Pero además de estos aditamentos, durante El Desencanto, las anécdotas se mezclan con los recuerdos. La pintoresca luna de miel de los enamorados, la amistad de Leopoldo con Luis Rosales o Cernuda, la polémica con Neruda, los intentos de suicidio de Leopoldo María y sus posteriores encierros en el psiquiátrico de Mondragón, la muerte de Leopoldo en la voz de Felicidad.

En definitiva, una obra portentosa, recuerdo de una sociedad no tan diferente a la nuestra, y que merece la pena ser revisitada.